La Iglesia católica ha prescrito un oficio especial para cada día del año litúrgico. Este año no concuerda con el solar. Dividido en cuatro períodos corresponde cada uno en cierto modo a una estación del año. El primero, otoñal va desde la primera dominica de Adviento, a la quinta dominica después de la Epifanía; el segundo desde la Septuagésima a la Pascua; el tercero desde la Pascua a la tiesa de la Santísima Trinidad y el cuarto desde la Trinidad al Adviento. Para cada día del año se prescribe la elocución de textos literarios y musicales que celebren o recuerden algún acontecimiento de los períodos mencionados y también la fiesta de un apóstol, Santo, mártir, etc.. En el primer caso el oficio se llama Proprium de tempere; en el segundo, Propium o Commune de Sanctis. Cuando se ha de celebrar un santo u otra festividad para la cual no hubiese textos propios, la letra y la música se sacan de la parte del repertorio Commune Sanctorum, precisamente porque sirve para diversas festividades.

El Oficio de cada día abarca diez momentos, los cuales se cuentan desde de la noche a la tarde siguiente y se suceden en el siguiente orden: maitines (por la noche), laudes (después de los maitines), prima (en el alba), tercia (aproximadamente a las nueve de la mañana), sexta (al mediodía), nona (a las tres de la tarde), vísperas y completas (al atardecer). Maitines, laudes y vísperas se denominan horas mayores; las restantes se llaman horas menores. Todas esas horas recuerdan aquéllas establecidas por lo hebreos para las oraciones públicas y que se consagraron en los Hechos de los Apóstoles. La misa es la parte principal de la liturgia y generalmente se intercala entre la hora tercia y la sexta.

Los cantos de la iglesia cristiana de Occidente se denominan gregorianos, en sentido amplio, debido al pontífice que, por primera vez entre los siglos Vl y VIl, coleccionó las preces cantadas que habían nacido y venían siendo transmitidas hasta entonces.

A partir del siglo Xll o XIII, el canto gregoriano se llamó cantas planus, canto llano, es decir no sujeto a compás, y se le distinguía del canto figurado, música mensurada, cuyos sonidos tenían variada duración.

Debe recordarse que en la iglesia latina se afirmaron tres liturgias y con ello, tres gustos musicales diferentes del romano, correspondiendo respectivamente a la música milanesa o ambrosiana, la galicana y la española, que se denominó mozárabe o visigodomozárabe.

El canto ambrosiano, circunscrito en la Lombardía, se conservó durante el medievo sin perceptibles alteraciones; el romano se transformó con la expansión y actividad de la Schola Cantorum, instituida por Gregorio Magno. El canto y la liturgia galicanos florecieron y se practicaron hasta los tiempos carolingios.

Sobre el canto visigodo mozárabe, es necesario tener presente que España fue una colonia romana en los primeros siglos del cristianismo. Este hecho, podría demostrarnos a priori, que así como la música profana en España quedó influida por la Roma pagana, así también la música religiosa de su iglesia fue un recuerdo más o menos fiel de la Roma cristiana.

Si observamos el desarrollo de la vida eclesiástica y una vida litúrgica floreciente en España durante los siglos IV y V, podemos admitir también que la iglesia española hubiera tenido ya una liturgia y una música espléndidas hacia el año 400.

Para poder señalar el caso musical hispánico con conocimiento de causa, hemos de remontarnos a los siglos Vl y VIl. Dado que antes del siglo Vl no encontramos una unidad eclesiástica en España, tampoco encontramos una unidad litúrgicomusical.

Desde la conversión de Recaredo al catolicismo en el 587, y principalmente desde el Concilio del 589, fue la iglesia de Toledo el centro de la vida musical de la España visigoda. A partir del Concilio IV de Toledo en el 633, todas las provincias eclesiásticas de la península sacrificaron su liturgia y su canto particular en pro de la liturgia y de la música nacional.

Durante los años 550 al 660 se destacaron especialmente tres centros musicales en España. Por una parte la escuela de Sevilla, fundada por San Leandro, fallecido en el 599, compositor de melodías eclesiásticas muy suaves, y San Isidoro, fallecido en el 636 que fue el tratadista musical enciclopédico de su época.

La iglesia de Africa fue una de las primeras iglesias latinas que practicó una notación musical y sus vestigios se encuentran ya a principios del siglo V. Pues bien Sevilla cultivó un intercambio artístico y cultural con la iglesia africana desde muy antiguo, y por este contacto, y gracias a su obispo Isidoro, pasó pronto a ser una de las iglesias más renombradas de Europa.

En la escuela de Toledo, floreció San Eugenio, godo de nacimiento, Obispo de dicha ciudad. De él sabemos que reformó los cantos eclesiásticos corrompidos y viciados por el tiempo y enriqueció el repertorio litúrgico musical de la iglesia visigoda. Figuró San Eugenio como autor de ciertos cantos profanos, los más antiguos de su género que se conocen en Europa.

Zaragoza fue asimismo otro centro irradiador de cultura musical. El fundador de esta escuela fue Juan, abad de Santa Engracia y después obispo de aquella diócesis. Su hermano y sucesor, San Braulio fue también muy erudito en la ciencia musical y educador de San Eugenio de Toledo. En la Provincia Eclesiástica tarraconense, de la cual formaba parte la iglesia de Zaragoza, hubo otras personalidades eminentes; basta recordar los nombres de los obispos Protasio de Tarragona, Quirico de Barcelona, Juan Biclara de Gerona, artistas, poetas y hombres ilustres de la España del siglo VIl.

Con la fundación del reino visigodo católico, España y especialmente Toledo, alcanzan pronto una preponderancia indiscutible en todos los asuntos eclesiásticos del occidente latino.

No tenemos informes tan explícitos sobre la música sagrada en España durante la época mozárabe (711-1085); más con todo, a falta de noticias históricas, podemos presentar la serie de códices musicales copiados por los cantores y músicos mozárabes de Toledo, San Millán de la Cogolla en la Rioja, Santo Domingo de Silos en Burgos y de San Juan de la Peña en Aragón, y sobre todo el Antifonario de la Catedral de León.

El canto de los himnos se granjeó pronto el fervor popular también en la iglesia latina. Después de haber penetrado el canto himnódico en Milán por obra de San Ambrosio, fue San Benito el impulsor definitivo de su práctica en Europa, desde el siglo Vl, al ordenar en su Regla el canto de los himnos para cada una de las horas canónigas del oficio. Gregorio Magno nació en Roma antes del año 540. Convencido defensor de la liturgia emprendió la organización sistemática de la música eclesiástica; imprimió nuevo vigor a las relajadas instituciones y acogió las normas fijadas por Justiniano para la iglesia de Santa Sofía en Constantinopla. Instituyó la Schola Cantorum y redactó el Antiphonarium, siendo éstas sus principales iniciativas para la propaganda musical de la iglesia.

La propagación europea de los cantos cristianos en los siglos posteriores al VII no se efectuó tan solo por los cantores de la escuela romana, si no también por los monjes benedictinos, por los fratres hellenici y por los primeros soberanos carolingios. En efecto, Pipino impuso en sus dominios el uso del canto romano. De ahí que se fundara durante su reinado la famosa escuela de canto de Metz. También recibió análogo impulso por parte de Carlo Magno cuya preocupación cultural fomentó una tendencia durable en el campo de los estudios musicales. El apoyó la tradición romana de los cantos litúrgicos, fomentó el estudio del canto en las escuelas inferiores y la enseñanza musical como disciplina del quadrivium, en las superiores. La academia cortesana que alrededor de Carlo Magno reunió en Aquisgrán doctores y escritores longobardos, francos, anglosajones, irlandeses y escoceses, fue presidida por el anglosajón Alcuino (hacia 730-804). Alcuino está reputado como el mayor erudito de su tiempo. Finalmente el emperador proporcionó códices neumáticos a las catedrales de numerosas ciudades alemanas.

El impulso carolingio dado a los estudios musicales prosiguió tras la muerte de Carlos y durante la decadencia del imperio, no sólo en las escuelas imperiales, sino en numerosos monasterios entre los que sobresalió el de Saint-Gall.

Hubo dos formas musicales vinculadas a los nombres de Notker y de Zutilo: las secuencias y el tropo. Ambas enriquecieron el canto litúrgico y abrieron nuevos caminos a la música medieval, tanto profana como religiosa. Famoso autor de secuencias fue Adam de Saint-Víctor.

El tropo literariamente hablando no es otra cosa que un comentario a un texto litúrgico. Tales tropos o comentarios precedían al texto litúrgico que parafraseaban, o bien se intercalaban dentro, o bien se añadían al fin. Algunos tropos pertenecían al Ordinarium de la Misa, otros se relacionaban con el propium de la Misa.

Por el mismo procedimiento evolutivo, desde el siglo X, algunos oficios adoptaron forma rítmica. Sobre la sustitución de la prosa por el verso en los oficios, después del siglo X, influyó mucho la frecuencia con que se encontraban nuevos cantos para celebrar a Santos y Patronos.

Gran parte de tales oficios quedaron excluidos de la liturgia, pues era contrario a los mismos el Concilio de Trento. Por lo demás, los himnos prevalecieron sobre los oficios rimados.