A la exposición bastante amplia de la musicalidad católica, debe preceder un resumen de lo que hasta ahora es ya seguro en la relación con las formas musicales bizantinas. De Oriente vino el formulario y se adaptó con transformaciones en la Europa occidental.

La musicalidad bizantina es una reciente y magnífica adquisición de la musicología, porque además de descubrir un mundo desconocido, ilumina los orígenes de la musicalidad occidental. El cristianismo encontró en la mentalidad bizantina elementos propicios para arraigar y florecer.

Debe tenerse en cuenta que si en nuestros días es dificilísimo ejecutar coralmente los cantos bizantinos, probablemente tampoco ésto sería fácil en la época en la que nacieron y se propagaron esos cantos.

Las bibliotecas de diversos paises europeos conservan numerosos códices bizantinos. En la refinadísima educación y cultura de todo bizantino, la música figuraba entre las ciencias del cuadrivio, con la aritmética, la geometría y la astronomía.

Según parece, hacia el siglo IV, un coro infantil participaba en las fiestas litúrgicas en Jerusalén. El texto procedía de los libros sagrados, especialmente del Salterio. Ya entonces el coro solía intercalar un versículo de libre intención entre cada dos versos del salmo. Por tanto la intercalación denominada troparion, antecedió en muchos siglos a la invención del tropo, atribuida a Tutilo.

Es cierto que la iglesia cristiana recogió de la Sinagoga el patrimonio bíblico y continuó utilizándolo; concedió preferencia al salterio, como un cancionero espiritual que daba fortaleza y consuelo y afirmaba la fe teocrática, en oposición a la ideolatría.

Las formas del culto y la predicación del Evangelio pasaron desde Jerusalem a las ciudades donde sucesivamente se fundaron comunidades cristianas. El Evangelio y las Epístolas se tradujeron al griego. Al mismo tiempo las melopeas de procedencia hebraica, sufrieron influencias análogas. El origen de la entonación de las plegarias en las iglesias orientales osea, en los primitivos cantos cristianos, deberá buscarse, ante todo, en las melopeas de Israel y además, en las influencias helénicas y orientales.

Los cantos cristianos procedieron con evolución apenas perceptible, de las salmodias sinagogales, por recoger en ellas el ámbito vocal, la acentuación, el estilo recitativo, las fórmulas cadenciales, el gusto melismático y el empleo de las aclamaciones (por ejemplo, Hosanna, Alleluja, Adonai, Kyrie, Amén) a la vez que repudiaron el acompañamiento musical.

Al distinguirse en el siglo IV la liturgia cristiana oriental de la occidental, también se distinguió la de la música de ambas iglesias.

Los nuevos cantos tuvieron muchísimo éxito. Todas las iglesias de Alejandría resonaban con ellos en el siglo V. No faltan nombres de poetas-músicos, ni otros testimonios posteriores al siglo IV. Se recuerda muy especialmente al sirio San Romano, que vivió entre los siglos V y Vl, entre los himnógrafos del siglo Vl figuraron también el emperador Justiniano y San Simeón.

San Juan Damasceno defensor de la ortodoxia, teólogo, poeta místico y músico, fallecido hacia mediados del 700, fue muy alabado por sus cánones métricos, de los que se conservan los de Navidad, Epifanía y Pentecostés. También conservamos su octoichos, antología de himnos ordenados en ocho grupos, los cuales guardan relación con los ocho modos, siendo utilísima por lo tanto, en la práctica y en la teoría.

Se registra una corriente poética y musical procedente de Sicilia, conquistada por los bizantinos en el siglo Vl y quedando especialmente vinculada a la iglesia oriental tras su adhesión oficial al rito de Oriente en 732.

Dos sucesos habían contribuido a imponer el sello oriental sobre la poesía y la música sicilianas: uno, la emigración a la isla de religiosos sirios, egipcios y palestinenses que huían ante la invasión árabe; otro, la emigración de monjes que se refugiaron allí durante la época de los iconoclastas.

Sicilia recuerda muchos melodas de los siglos en los que se presenta más oscura la historia musical de Bizancio.

En el siglo X sin embargo, decae la substancia poética y musical.